Coliflor molida y masa de pizza
La pizza, ese invento italiano que marcó el inicio de la globalización décadas antes de la existencia de la Internet, ha conquistado, sin temor a equivocarnos, al mundo. Por su simpleza y personalización puede adaptarse, prácticamente, a cualquier gusto, a cualquier nacionalidad, a cualquier estrato social y a cualquier régimen alimenticio. Incluso los veganos inventaron curiosas variantes con tofu y otros sustitutos de queso, para no quedar fuera de la fiesta perpetua que significa el saborear un trozo de pizza.
Sin embargo, como todo placer que te puede ofrecer la vida, los humanos somos expertos en buscarle la culpa: -¿Tienes idea de cuántos carbohidratos le estas endilgando a tu estómago? - ¿No sabes que los lácteos pueden causar autismo y depravación sexual? - ¿Acaso no es cierto que los tomates tienen tantos pesticidas que su consumo en la pizza puede convertirte en el Toxic Avenger?
Por eso se nos insta a cambiar ese manjar por “deliciosas” opciones saludables como bastoncillos de apio. -¡Ni siquiera notarás la diferencia! -nos dicen, con el mismo cinismo con que los franceses le decían al mundo que “no pasa nada”, que Alemania estaría tranquila con las condiciones del tratado de Versalles.
Todo eso nos pone en una terrible encrucijada: Seguir disfrutando de una de las pocas dichas alimenticias que no son exclusivas de los sectores socio económicos altos o seguir elevando nuestro índice de masa grasa hasta que nuestras cinturas asemejen la circularidad de nuestro adorado tormento.
Es, entonces, que al grupo de neosacerdotes culturales que son los nutricionistas, se le ocurre una idea que ellos mismos califican de genial: ¡Cambiemos ese veneno de la harina de trigo con que se hace la masa de la pizza y reemplacémoslo con un sano y nutritivo puré de coliflor! Y la verdad, cualquiera que haya visto una pizza hecha con masa de coliflor, sustituto de queso hecho con soya y una salsa rala de tomates orgánicos, no puede menos que sorprenderse con su increíble similitud. - ¡Si hasta parecen gemelos! -diría la tía Gertrudis mientras les aprieta los cachetes. En ese momento uno siente que puede respirar tranquilo, que sus chakras se han alineado armónicamente, que el camino a la trascendencia es, en realidad, un cadencioso baile de gozo. Solo atinas a entrecerrar los ojos y con una sonrisa beatífica introducir un bocado en tu boca para seguir disfrutando de ese equilibrio entre salud y deleite que solo la magia del posmodernismo podría otorgarnos. Claro que la experiencia pseudo religiosa se diluye en el mismo momento en que tus papilas gustativas saborean el menjunje y solo te queda reconocer que, al final, no se puede vivir de apariencias y el que le hayas dado una forma tan mona a tu ensalada, no cambia el hecho de que lo que estés deglutiendo en estos momentos no sea mas que unos vegetales al horno. Y aunque tus arterias te lo agradecen, sabes que ahora eres un poco menos feliz que hace unos minutos, así que para combatir la incipiente depresión, enciendes la tele para ver el resumen del Clásico.

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